Más de la mitad de los músicos de viento sufre, a lo largo de su carrera, problemas situados en la embocadura. Se trata de una cifra muy alta, sobretodo si tenemos en cuenta que, en general, hablamos del colectivo de músicos más concienciados de la necesidad de acondicionar físicamente la zona. En este artículo y en próximas entregas analizaremos las causas de tan elevada siniestralidad, los problemas más comunes y la forma de evitarlas.
Como concepto general, siempre hemos defendido que las altas exigencias, el gran volumen de repeticiones y la dificultad de adaptación del músico al instrumento convierten al intérprete en un profesional de riesgo.
En el caso del músico de viento el problema es más acusado por la marcada desproporción entre las capacidades naturales de la zona de la embocadura y las exigencias a que ésta es sometida.
Anatomía del problema de embocadura
La producción del sonido en los instrumentos de viento requiere, a nivel de los labios, la implicación de distintos niveles anatómicos: la piel, el tejido graso y la musculatura.
La piel y la mucosa, además de ejercer una función protectora y humidificante, son las estructuras que, junto con el tejido graso del margen del labio, producen el sonido en los instrumentos de viento metal.
La musculatura de la cara será la encargada del sellado de la embocadura, de la contención del aire y de ejercer presión sobre la caña. En los instrumentos de metal además pone en tensión la piel, la mucosa y el tejido graso para determinar la frecuencia de vibración de estas estructuras.
Aunque se suponía que debían actuar de forma muy parecida a las cuerdas vocales, lo cierto es que, hasta hace muy poco tiempo, nadie había podido observar como se producía la vibración del labio en los instrumentistas de metal. Hoy, gracias a las herramientas que hemos desarrollado específicamente para ese cometido, tenemos más detalles de ello y sabemos que, en la mayoría de casos, existe una doble vibración.
Por un lado la que produce el tejido graso del margen del labio (sobretodo el superior). Se trata de una onda que cierra el orificio bucal desde los extremos hacia el centro. Por otro, existe una vibración mucho menos evidente pero igualmente importante de la piel y la mucosa, que va de dentro de la cavidad bucal hacia fuera y que se superpone a la otra.
La frecuencia con que vibrará el labio y la mucosa y, en definitiva, la nota que acabará sonando depende del grado de tensión a que está sometida la piel y el tejido graso.
Esa tensión, o la que se ejercerá sobre la caña, se produce gracias a la acción de la musculatura de la zona. Ésta está situada justo debajo de la piel y tiene dos funciones básicas en el ser humano: abrir y cerrar los orificios de los ojos y la boca y dotar de expresión la cara.
Ninguna de estas dos funciones requiere una gran potencia muscular. Es más, una musculatura gruesa imposibilitaría ese cometido. Por ello, la llamada musculatura mímica de la cara, está constituida por finos y delicados haces de fibras.
Complica enormemente la situación el hecho de que estos haces musculares, a diferencia de lo que suele pasar en el resto de músculos del organismo, no nacen o conectan directamente con el hueso. Aunque algunos de ellos sí tienen un punto de amarre sólido, la mayoría se enganchan a la piel o a otros músculos constituyendo una especie de red muscular.
Esta red muscular confluye en el orbicular de los labios, el músculo que circunda el orificio bucal y que provoca el fruncimiento de los labios.
Pero el músico no busca el fruncimiento del labio si no su tensión. Por ello, es imprescindible que los numerosos músculos que conectan con el músculo orbicular también se contraigan. Esa contracción debe ser coordinada y lo más simétrica posible para evitar lesiones.
Las afecciones comunes
Cuando hablamos de lesiones o problemas en la embocadura nos solemos referir a las patologías directamente provocadas por el hecho de tocar un instrumento de viento. Su importancia radica no sólo en su frecuencia si no, sobretodo, en que son totalmente específicas de los músicos. De ellas nos ocuparemos en la próxima entrega. Existe, por otro lado, un grupo de afecciones que son comunes a la población general. Pero, mientras suelen ser poco molestas para la mayoría de personas y raramente incapacitantes, pueden resultar altamente limitantes para los músicos de viento. Como ejemplo podríamos citar desde una simple afta bucal hasta un herpes o una fisura labial. Todas ellas, aunque sean poco trascendentes desde el punto de vista médico, pueden condicionar la calidad de vida del músico de viento e interferir sensiblemente con la interpretación.
Las estadísticas nos demuestran que tales problemas, además de más molestos, son mucho más frecuentes entre los músicos que en cualquier otro colectivo. Esa mayor susceptibilidad se basa en el factor irritante que conlleva, a distintos niveles, la embocadura y los mecanismos implicados en la producción del sonido.
En primer lugar cabe citar el aumento del flujo respiratorio debido a la necesidad de movilizar más cantidad de aire y a mayor velocidad al tocar. Eso, por si solo, ya constituye un factor de agresión para la mucosa oral, nasal y faríngea. Por ello, es mucho más frecuente la patología de esta zona (por ejemplo las anginas de repetición) entre los músicos de viento que entre la población general. Además, para poder permitir que ingrese un volumen suficiente de aire en los pulmones en las pocas décimas de segundo de las pausas de respiración, el músico debe inspirar forzosamente por la boca ya que la nariz ofrece una mayor resistencia. Ello evitará el componente de filtraje, calentamiento y humidificación que realiza la cavidad nasal y convertirá el aire inspirado un mucho más irritante.
Un segundo factor a tener en cuenta es la presión a que se somete la cavidad bucal y las vías respiratorias superiores (sobretodo la faringe y la laringe) en la mayoría de instrumentos de viento. Tal tensión en las paredes de la zona puede provocar distensión en el cuello y la cara (por ejemplo en el carrillo o el cuello) y afectación de las glándulas salivales (sobretodo la parótida) por entrada de aire y bacterias de la cavidad bucal en la glándula.
En tercer lugar existe el factor irritante que provoca la saliva o el propio roce, presión o vibración en la zona del labio. Esa irritación conlleva siempre una respuesta por parte del organismo. Esta puede ser de tipo adaptativo (se consigue proteger la zona aumentando el grosor de la piel o la mucosa) o no adaptativo (la piel se irrita, enrojece o fisura).
Esa respuesta aumentada de la mucosa también puede comportar la obturación de los pequeños orificios de salida de las minúsculas glándulas salivales de la mucosa labial, generando la aparición de pequeños quistes de retención salival.
Cabe tener en cuenta que toda esta irritación acaba facilitando, además, la aparición de otro tipo de lesiones de origen desconocido, como las aftas, o de tipo infeccioso, como los herpes simple, en personas predispuestas.
Por último existe la posibilidad de que algún componente del instrumento provoque una reacción alérgica. Eso se manifestará con una respuesta inflamatoria (calor, enrojecimiento, picor, fisuración, descamación…) en la zona de contacto. En estos casos la solución definitiva del problema es relativamente “fácil” y pasa por identificar cual es la sustancia contra la que se ha desarrollado la alergia (el fabricante del instrumento debe facilitarnos el listado de materiales que contiene éste y el dermatólogo debe realizar las pertinentes pruebas alérgicas que lo confirmen) y conseguir un instrumento que no contenga esa sustancia.
Jaume Rosset i Llobet.
Director médico del Institut de l’Art. Medicina&Fisiologia.Terrassa.
Director de la Fundació Ciència i Art.