Desde Podemos Música en su esfuerzo por profundizar en el diagnóstico sobre la situación del sector de la industria musical en España han generado el siguiente texto que se incluye también como complemento en su Encuesta sobre el estado del sector de la música a la que puedes acceder haciendo click aquí.
INTRODUCCIÓN:
DEL DERECHO CIUDADANO A LA MÚSICA…
A LA MÚSICA COMO SECTOR INDUSTRIAL Y ECONÓMICO ESTRATÉGICO
La música posee un valor intrínseco como derecho inalienable de todos los ciudadanos. En tanto que bien cultural, educativo y social de primer orden debe protegerse tanto su aprendizaje y escucha, como la creación y difusión de su diversidad. Desde hace décadas, los más prestigiosos sistemas e instituciones educativas en todo el mundo señalan a la actividad musical como una poderosa herramienta social y pedagógica. No se trata sólo de formar mejor y a mayor número de músicos, sino de usar la creación, interpretación y escucha musical para fomentar en la ciudadanía aptitudes de creatividad, autonomía, proactividad, responsabilidad, trabajo en grupo o inteligencia emocional. Para ello es necesario dar cobijo a una nueva cultura musical que contribuya decisivamente a conseguir que la diversidad que realmente existe sea accesible y visible para todos y se convierta en lugar de encuentro colectivo y crecimiento de la persona.
Del mismo modo que se impulsa la práctica deportiva como fomento de una vida sana, debe apostarse por una música de base como ámbito para el pleno desarrollo. Las directivas europeas así lo ordenan y países como Suiza han llegado a incluir el derecho a la formación musical en su Constitución.
A esto hay que añadir que el sector de la música profesional española constituye una industria dinámica impulsada por una gran creatividad y energía que implica a un sinfín de profesionales. Sin embargo, en 2015, su potencial resulta tan enorme como la emergencia de la situación de crisis que atraviesa. Para que logre una propia sostenibilidad es apremiante tomar medidas legislativas inmediatas de coste cero y nuevo brío, así como algunas medidas de desarrollo que sostengan e impulsen el sector. Invertir en una industria musical española fuerte puede ofrecer alta rentabilidad. Hoy no sólo vale con protegerla: debe generarse un plan de choque urgente y específico para ella.
SOSTENIBILIDAD: SITUACIÓN DE EMERGENCIA
El radio de acción de la música clásica afecta a unas minorías, lo que la hace poco atractiva para la gran industria y los mercados musicales. Debido a esto, sus conservatorios, escuelas, auditorios, óperas, orquestas y coros nacionales y autonómicos, etc., así como todos los profesionales que se asocian a la actividad, lo tendrían muy difícil para continuar existiendo en España sin el fomento de las administraciones. Esa dependencia del apoyo desde lo público no hace dudar a casi nadie de que se trata de un rico patrimonio de música del pasado así como un ámbito de creación de luminosos enfoques para la creación musical contemporánea que deben ser constantemente conservados, puestos en valor e impulsados. No sólo hay que sostener a la clásica sino ampliar ese apoyo en dirección a fomentar que salga de su particular y elitista circuito cerrado.
Lo que no se piensa tan a menudo es que esa situación de necesidad se da igualmente en la mayor parte de las músicas populares (1). Sin duda, la posición de éstas entre la creación artística y el mercado masivo y la imponente industria del entretenimiento multinacional ha venido cegando a instituciones públicas y ciudadanía a la hora de comprender su cada día más extrema debilidad. El carácter de producto de consumo de la música popular y la omnipresencia en la vida cotidiana por parte del marketing de vocación masiva, junto con determinadas prácticas sostenidas de despilfarro del erario público (en ostentosas actuaciones gratuitas que favorecen a unos pocos), han creado una ilusión de riqueza del sector, un esplendor que sólo afecta al minoritario éxito comercial de los escasos productos que copan los canales de difusión impulsados por esa gran industria. Pero el rey está desnudo. Tras unos años de burbuja especulativa hinchada por el pulmón de los ayuntamientos en tiempos de malversación, desde hace décadas la parte interna del sector va menguando. Y entre los que logran sostenerse económicamente crece mes a mes la proporción de quienes apenas sobreviven en la precariedad e inestabilidad.
(1) Utilizaremos de forma convencional la denominación “música popular” como contrapuesta a académica o clásica. Aquí estarían comprendidos estilos como el pop, rock, heavy, Hip Hop, electrónica, folk, blues, jazz, flamenco… es decir, todo aquello que, desde un término más ajustado, podríamos llamar Pop. Cabe observar que el término “popular” no viene a connotar una cualidad específica de este tipo de estilos, dado que determinadas composiciones de la llamada académica o clásica tiene una vocación tan mayoritaria como los himnos Pop, y del mismo modo que existen artistas de la música “popular” tan arriesgados e innovadores como muchos compositores de la música académica más vanguardista.
En este amplísimo entramado profesional más bien desconocido de la música popular, además de autores e intérpretes musicales tratan de sobrevivir técnicos de sonido y luces, escenógrafos, promotoras, managers, salas de concierto, discotecas y bares musicales, locales de ensayo, escuelas de música, productores y arreglistas musicales, estudios de grabación, sellos, tiendas y fábricas de discos, lutieres, fabricantes y tiendas de instrumentos y otros equipos, periodistas, profesionales diversos de radios, televisiones y portales de Internet, etc.
La mayor parte de las propuestas de la música popular en España que aportan diversidad y riqueza musical se dan en ese entorno de gran precariedad y autoempleo o en el de un escaso profesionalismo a menudo forzoso. Podemos decir que se trata de un sector que funciona en buena medida en la economía sumergida y la explotación laboral, con todos los perjuicios privados y públicos asociados. Además, la desintegración del estatus del trabajador musical (de por sí históricamente frágil en nuestro país), ha conducido a un creciente desarrollo de la creación y producción musical amateur, fenómeno que hoy resulta tan decisivo para la resistencia de la creatividad sonora en España como acicate para las malas prácticas laborales y para la escualidez de nuestra industria y el conocimiento de su enorme valor y variedad tanto dentro como en el exterior.
Los escenarios de las músicas clásica y popular, aún con todos los matices, coinciden en su debilidad y descuido por parte de la iniciativa pública que ha llevado a una tendencia maximalista que excluye la accesibilidad y la diversidad. Ambos casos nos sitúan ante un panorama de decadencia de los profesionales y de las industrias que requiere estímulo y reorientación inaplazables. La sostenibilidad futura de esos dos complejos ecosistemas (sin la cual la diversidad parece imposible) parece hoy más que nunca depender de su propia capacidad de reinvención y autogestión. Sin embargo, se vuelve injustificable que ello quede a merced de esos mismos mecanismos del mercado que precisamente han creado la desfavorable situación presente. Por eso, ha llegado el momento de apoyar con decisión a la música española. El Gobierno de todos debe tomar el ejemplo de países cercanos, como Francia o Gran Bretaña, donde la cultura y específicamente la música, es uno de los motores económicos. Tanto la música clásica como, hoy de forma más acusada, la popular necesitan un plan de choque urgente, una política específica que plantee alternativas a lo existente. Debe apostar firmemente porque el sector musical se desarrolle como industria en su enorme potencial de generación de empleo, exportación de talento, atracción de turismo y movilización del consumo. Ese debe ser el nuevo horizonte de un nuevo país.
Además de la situación industrial, hay dos puntos de fricción que implica a la música y los derechos ciudadanos que de ningún modo deben dejarse de lado:
Los derechos de los autores, editores e intérpretes a poder monetizar su trabajo están chocando desde hace tiempo con otros derechos ciudadanos, como el derecho al conocimiento, la cultura y la música accesibles y diversos. Las administraciones deben lograr que ambos derechos se defiendan paralelamente. Entre otras cosas porque son interdependientes: el acceso libre y gratuito a la música sin que el sector sea sostenible económica y laboralmente supone una contradicción y un progresivo desfallecimiento de la diversidad. Y la producción musical divorciada del ciudadano debido a penalizaciones y abusos hacia éste no encontrará la sostenibilidad necesaria.
En cuanto a la gestión de derechos de autor, resulta inaplazable replantearse con decisión el modo en el que se ha venido gestionando ese divorcio entre los intereses de los autores y editores musicales y los ciudadanos. Parte de estas reformas deben ir orientadas a la reconsideración del estatus de la SGAE, entidad que prácticamente monopoliza la gestión de los derechos en España y cuyas sucesivas crisis y escándalos de corrupción han mostrado sobradamente y en público las limitaciones de su actividad, función y autonomía. Se trata de una entidad privada que goza de privilegios concedidos por el Estado y resulta insuficientemente limpia en lo financiero así como insuficientemente democrática y transparente en su gestión para muchos de sus asociados, en su mayoría privados de poder efectivo para cambiar la institución.
En relación con esto, observamos que a buena parte del sector musical le son especialmente preocupantes los circuitos de intereses lucrativos que se conjuran entre las cadenas de televisión y las editoriales musicales. Conviene regular esta situación inmediatamente con máxima seriedad.
Por último, tal vez la cuestión más acuciante esté en cambiar el modo en el que las administraciones tratan la música en directo como problema de orden público, fuente de disturbios, accidentes, molestias y nocividades… La legislación sobre espectáculos y actividades recreativas que marca qué establecimientos pueden ofrecer música en directo y cuáles no, están transferidas a las comunidades y parecen estar pensadas para cerrar los locales, pues en la práctica equipara la música en vivo con actividades delictivas o poco recomendables e impide el acceso a los menores de edad. Este hecho resulta insólito en contraste con espectáculos de masas que presentan
problemas más complejos de tratar y de resolver y que ninguna administración se atrevería a poner en entredicho. En ese sentido, recogiendo el derecho ciudadano a la música, debe impulsarse una legislación de carácter estatal que reoriente el actual carácter prohibicionista en muchas comunidades y que regule las actuaciones musicales en vivo como un bien cultural singular.
ACCESIBILIDAD Y DIVERSIDAD
En realidad, la situación actual no sólo nos coloca ante una situación de emergencia sectorial sino ante una dicotomía cultural: ¿deseamos que la música en España se disuelva en un entramado de grandes intereses cada vez más externalizado, monopolista y privatizado? ¿O, por el contrario, queremos que la música siga siendo rica y diversa, abierta a nuevos sonidos, fruto de la creatividad y el riesgo artístico (y no de los planes de departamentos de marketing), puesta en común y valorada y sometida a crítica por las nuevas generaciones?
Como decimos, la música es por encima de todo un derecho que debe estar al alcance de cualquier ciudadano, igual que lo es, por ejemplo, practicar deporte. Y, sin embargo, pese a su valor intrínseco, gran parte de la población tiene dificultades para ejercerlo. Y, además, la sostenibilidad de la industria parece a todas luces depender de esta elección entre lo que hay y una apuesta por lo accesible y lo diverso. Una de las formas en que las instituciones pueden potenciar tales valores de la música es legislando para tratar de hacer visible lo que hoy es difícil de ver y poner en valor aquello que no se valora. Mediante políticas musicales orientadas, la administración puede servir de contrapeso a las dos tendencias crecientes más nocivas para la diversidad y la sostenibilidad cultural de las músicas: la uniformidad y la desvaloración.
Por ejemplo, invirtiendo en difusión musical mediante los medios de comunicación públicos. Buena parte de lo que llega al gran público a través de los distintos medios, y especialmente de la mayor parte de los canales de radio y televisión, son ciertas músicas limitadas a las corrientes de moda impuestas por una industria discográfica con clara tendencia a procesos de acumulación, estandarización y monopolio. Esta es a menudo la única opción que conocen muchos niños, adolescentes y jóvenes (2). Los grandes canales promocionan productos pensados por departamentos de marketing dependientes de la imagen de grandes estrellas del espectáculo globalizado. Las restringidas órbitas de tales espectáculos, además de limitar la posibilidad de disfrutar y compartir la cultura musical en toda su amplitud, educan en ciertos modelos de conducta y valores direccionados a un ciclo virtuoso de consumo musical acrítico con la propia música y con otros aspectos de la cultura y la sociedad. Abandonada al capricho de las leyes de mercado y sus canales privados, la música popular está borrando del mapa de lo accesible gran parte de la diversidad y probablemente muchas de las propuestas menos susceptibles de ser convertidas en bienes de usar y tirar. La gran autopista de acceso más plural a la música y la información que sin duda alguna es Internet, no está lo suficientemente señalizada como para permitir conducir con éxito a esa mayoría de la población que no forma parte del público especializado.
La difusión en medios de comunicación de la música clásica ha quedado relegada a los espacios de Radio Clásica de RNE y las retransmisiones de la orquesta de RTVE, aparte de alguna transmisión especial por parte de las televisiones nacionales de determinados eventos específicos. Los profesionales de este tipo de música se ven de esta forma perjudicados al dedicarse a una profesión casi marginal con mínimas posibilidades de desarrollo. Lo mismo ocurre con la inmensa mayoría de la música popular, que apenas cuenta con espacios más allá de Radio 3 y de ciertos programas de televisión. La mera resiliencia hoy resulta claramente insuficiente. La música española necesita modelos de difusión públicos mucho más audaces que sigan ejemplos de nuestro entorno como el de la BBC británica. Ante la tendencia al flujo fugaz de Internet, este servicio público puede garantizar una guía construida desde criterios autónomos de los intereses de las grandes corporaciones (que hoy determinan el gusto del público a través de la publicidad) y que piense en el procomún. Para ello, parece oportuno que ponga el acento en la producción nacional y en las producciones independientes, como defensa de la diversidad y de la cultura e industrias autóctonas.
La desvalorización tiene que ver sin duda con esa misma uniformización y progresiva decrepitud de la oferta por parte de los grandes canales del entretenimiento masivo pero también con otros diversos factores. Entre ellos destaca algo que forma parte de una corriente global de pensamiento y tiene que ver con que la música esté dejando de ser considerada algo frágil y valioso surgido de la dedicación y creatividad para convertirse en un fondo sonoro constante que crea la máquina que la emite. La tecnología hoy obra el prodigio de llevar la música presente y pasada a casi cualquier rincón, logra poner en contacto a músicos y público rompiendo mediaciones y
alambradas, del mismo modo que facilita mucho la práctica musical e incluso la producción de muchos no profesionales sin apenas medios.
Sin duda, Internet tienes unas posibilidades aún sin techo conocido para cumplir con el papel de hacer más accesible y diversa la música. En ese sentido hay mucho por hacer. Pero también ha extendido la experiencia de que la música suena sola como un fenómeno de reproducción mecánica y detrás de la cual no hay fuerza de trabajo ni creatividad. Fabrica así la desvalorización de quien la crea y hace.
La música clásica comparte con la popular varios de estos problemas. Por un lado, en España, sigue resultando poco accesible para el gran público desde el punto de vista económico, geográfico y cultural y se encuentra mucho menos integrada en la sociedad que en países de nuestro entorno. Pese que en las últimas décadas puede hablarse de cierto progreso en el número y calidad de nuestros compositores e intérpretes y de nuestras orquestas y coros, pese a iniciativas tan acertadas como las del Centro Nacional de Difusión Musical, las administraciones no han hecho suficiente por el acercamiento al gran público de los repertorios tanto antiguos como contemporáneos, ni al apoyo de su creación e interpretación. Como en otros muchos campos, la mayoría de los mejores talentos, formados en nuestros conservatorios y con becas pagadas por los contribuyentes, se ven forzados a salir del país en busca de una salida profesional. Además, iniciativas similares fuera de las instituciones públicas han tenido que sobrevivir gracias al esfuerzo por la difusión de personas determinadas, con muy poco apoyo por parte del Estado.
La programación pública de músicas clásicas y populares en directo es de poca relevancia. La administración no pone los medios ni da facilidades para que el gran público pueda escuchar música más allá de los canales habituales y los espacios públicos (desde casas de cultura y centros culturales, a teatros, museos, plazas o parques) están infrautilizados en cuanto a programación musical. Desde el punto de vista de la oferta privada, mucho más desarrollada, existe un problema de concentración y centralismo de la oferta. Mientras que las grandes capitales aparecen saturadas, la mayor parte de las ciudades y pueblos más pequeños permanecen ajenos. Sólo el fenómeno de los macro-festivales equilibra de modo algo tramposo la balanza. Ello contribuye a que las escenas y las programaciones de esos municipios más pequeños se enflaquezcan y se invisibilicen.
Existe una desconexión entre la escuela y la música viva. Con la LOMCE se ha contribuido a la merma de su presencia en las aulas. Pero más allá de esta cuestión crucial, cuando la música ha estado presente en el plan de estudios, generalmente acaba resultando anecdótica en la vida de los escolares. Se ve como un entorno lejano y hostil y olvidando sus potencialidades educativas, al convertirse en parte del currículo y no en un juego que se haga espontáneamente desde la infancia. No se trata simplemente de incluir más horas de música en los planes educativos, sino de equipararla en importancia a la danza y el teatro, a la lengua o el deporte, y en proponer un acercamiento a la música como juego. El éxito del modelo finlandés es claro: el juego y el arte como juego (frente a la enseñanza del arte y la música de modo disciplinario y alejado de la experiencia viva) son la mejor receta para una excelencia educativa. Tocar y componer debe enseñarse como diversión al alcance de cualquier niño, algo enormemente beneficioso para su desarrollo intelectual y emocional a conocer no sólo como espectador sino como practicante.
Debemos marcarnos la meta de que en diez años la música reciba un respeto, conocimiento y valoración sociales semejantes a los que hoy tiene el deporte de masas. Este otro espacio cultural puede funcionar como excelente ejemplo. En parte el éxito de la práctica tan extendida del fútbol o el baloncesto seguramente tenga que ver con el marketing de los clubes y marcas comerciales y con la aparición de estrellas. Y resulta indudable el peso de los Media. Pero la educación en el deporte como actividad puesta en valor y deseo desde la infancia también parece esencial aquí. Una niña que juega al baloncesto se convertirá en alguien no sólo amante de practicar una actividad provechosa para su salud, sino capaz de admirar y comprender el mérito y talento del deportista profesional que dedica su vida a esa actividad. No se trata de crear un ejército de músicos profesionales, igual que la extensión del deporte en las aulas no busca crear una nación de deportistas de élite. Pero esos niños que hoy jueguen a la música, sabrán apreciar mañana su valor y sus engaños. Para lograr esto será además esencial la presencia de la música viva, más allá de los docentes, en la escuela: músicos que ensayen en las instalaciones escolares en horarios no lectivos y que interpreten para los alumnos, fomento de las agrupaciones musicales…
Por último, los centros de formación musical especializada siguen apareciendo como espacios cerrados sobre sí mismos: pocas personas adivinan el talento que esconden sus aulas. Debe impulsarse un intercambio decisivo que permita la visibilidad, lo que contribuirá decisivamente a potenciar la accesibilidad de la música clásica.
(2) Un relato interesante puede ser este informe de 2013 “Del Cassete al Spotify: Estudio sobre los hábitos musicales de los universitarios”
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