Os acercamos a una de la voces influyentes de la actual industria musical David Byrne, autor del reciente «How Music Works» y que hace unos meses hablaba para el New York Times acerca de la industria de la música. Es un placer para mí a la vez que una responsabilidad acercaros las declaraciones de David. Tomar asiento y poneos cómodos 🙂
Este debería ser el mejor momento de la historia para la música– ahora más que nunca, ésta se puede encontrar, crear, distribuir y escuchar. Que la gente esté dispuesta a pagar por la transmisión digital es una buena noticia. En Suecia, donde fue fundada, Spotify parece haber salvada a una una industria discográfica que la piratería había destripado.
Todos deberíamos celebrarlo, pero muchos de los que creamos, realizamos y grabamos música no lo hacemos. Las anécdotas sobre artistas populares (tan populares como Pharrell Williams) que reciben cheques irrisorios por los derechos de autor de canciones que tienen miles o millones de reproducciones (como «Happy») en Pandora o Spotify son comunes. Obviamente, la situación para los artistas menos conocidos es mucho más grave. Para ellos, ganarse la vida en este nuevo panorama musical parece imposible. Yo mismo lo estoy comprobando, pero mi preocupación es por los artistas que vienen: ¿Cómo van a labrarse una carrera musical?
Es fácil culpar a las nuevas tecnologías, como los servicios en streaming, de la reducción drástica de los ingresos de los músicos. Pero analizándolo de cerca vemos que es algo más complicado. A pesar de que el público musical ha crecido, se han encontrado formas de desviar un porcentaje mayor que nunca, del dinero que los clientes y fans pagan por la música grabada. Muchos servicios de streaming están a merced de los sellos discográficos (especialmente los tres grandes: Sony, Universal y Warner), y los acuerdos de no divulgación dificultan la transparencia entre ambas partes.
Tal vez el mayor problema al que se enfrentan los artistas hoy en día es la falta de transparencia. Investigué sobre algunas cuestiones básicas sobre los servicios digitales y los sellos discográficos y encontré muchas trabas. Por ejemplo, le pregunté a YouTube cómo se comparten los ingresos por publicidad de los vídeos que contienen música (que debería ser una pregunta muy básica). Ellos respondieron que no iban a publicar los números exactos, pero que la parte correspondiente a YouTube era «menos de la mitad.» Una fuente de información de la industria (que pidió quedar en el anonimato por lo delicado de la información que da) me dijo que el reparto es, alrededor del 50% para YouTube, 35% para el propietario de la grabación y 15% para la editorial.
Antes de que los músicos y sus defensores se movilicen para promulgar un sistema más justo de salario, tenemos que saber exactamente lo que está pasando. Necesitamos información sobre la forma en que reparten los ingresos generados por la música tanto de los sellos como de los servicios de streaming. Cuando Taylor Swift obligó a Apple abortar su plan de no pagar derechos de autor durante el periodo de prueba gratuito de tres meses en su nuevo servicio de streaming, Apple hizo algunos pequeños avances en este aspecto– aunque no se sabe lo que Apple acordó pagar, o cómo determinarán la tasa.
Hacernos una idea de a dónde va el dinero de los clientes cuando pagan una suscripción de servicio en streaming es notablemente complicado. Hay algo que sí sabemos: alrededor del 70 por ciento del dinero que un cliente paga a Spotify (que, en su labor ha tratado de iluminar el sistema de pago opaco), va a los titulares de derechos, por lo general a los sellos, que desempeñan el papel más relevante en la determinación de cuánto se paga a los artistas. (Un contrato entre Sony y Spotify que se ha filtrado recientemente, dio a conocer que la empresa de streaming había acordado pagar al sello de más de $ 40 millones en el transcurso de tres años. Pero no dice lo que Sony iba a hacer con el dinero).
Los sellos pagan después un porcentaje de su parte a los artistas (normalmente el 15 por ciento o menos). Esto podría tener sentido si la música en streaming incluyese la fabricación, roturas u otros costes físicos que el sello tuviera que recuperar, pero no es así. Cuando se compara con la producción de vinilos y CDs, los servicios en streaming aportan márgenes increíblemente elevados, pero los sellos actúan como si nada hubiera cambiado.
Piensa en las preguntas sin respuesta de la disputa Swift-Apple. ¿Por qué los grandes sellos están en desacuerdo con el período de prueba de Apple? ¿Es porque ofrecen un acuerdo mejor a los pequeños sellos independientes? ¿Es porque son dueños de los derechos de una amplia biblioteca de música, sin costes de producción o distribución, sin la que el servicio de streaming no podría funcionar
La respuesta, al parecer, es sobre todo esta última- las grandes discográficas tienen unos catálogos fuertes y pueden aguantar la sequía de tres meses. (Los grandes sellos se centran en el largo plazo: alrededor del 40 por ciento al 60 por ciento de los clientes «freemium» se unen a la versión de pago después de un período de prueba.)
Pedí a Apple Music que explicase los cálculos que hacían con los ingresos de derechos de autor durante un período de prueba. Dijeron que ya anunciaron que estos sólo serían para los propietarios del copyright (es decir, los sellos discográficos). Tengo mi propio sello y soy dueño de los derechos de autor en algunos de mis discos, pero cuando acudí a mi distribuidor, la respuesta fue: «No puedes ver el contrato, pero tu abogado puede llamar a nuestro abogado y responderle algunas preguntas «.
Se pone todavía peor. Una fuente de información de la industria me dijo que los grandes sellos asignan los ingresos que reciben de los servicios en streaming a los artistas de su catálogo, de forma aparentemente arbitraria. He aquí un ejemplo hipotético: Digamos que en enero «Stay With Me» de Sam Smith representa el 5 por ciento de los ingresos totales que Spotify paga a Universal Music por su catálogo. Universal no está obligado a coger los ingresos brutos que recibe y asignar ese mismo 5 por ciento a la cuenta de Sam Smith. Le dan un 3 por ciento – o 10 por ciento. ¿Cómo se les puede detener?
Los sellos discográficos también reciben dinero de otras tres fuentes, todas ellas ocultas para los artistas: la promoción de los servicios de streaming, los servicios de pago por el catálogo de viejas canciones y la participación en sus propios servicios de streaming.
Los músicos son emprendedores. Somos esencialmente socios de los sellos discográficos, y deberíamos ser tratados como tales. Artistas y sellos tienen muchos intereses en común- ambos están consternados, por ejemplo, por los curiosamente escasos pagos de YouTube (la mayoría de las personas de todo el mundo escuchan más música gratis en YouTube que en cualquier otro sitio). Compartiendo los datos de cómo, dónde, por qué y cuándo escucha esa música nuestro público, todos podríamos expandir nuestro alcance. Esto beneficiaría a YouTube, a los sellos y nosotros mismos. Cooperando y con transparencia la industria puede crecer hasta tres veces su tamaño actual, me dijo Willard Ahdritz, el jefe de Kobalt, un servicio de música y de recaudación de derechos de autor independiente.
Hay señales de esperanza. Pasé dos días recientemente en Capitol Hill, con la ayuda de Sound Exchange, una organización sin ánimo de lucro de distribución y recaudación de derechos de autor, para discutir una compensación más justa para los artistas a través de la Ley Fair Play Fair Pay, lo que obligaría a emisoras AM y FM a pagar a los músicos cuando sus grabaciones se retransmitan, como hace casi todo el mundo.
Rethink Music, una iniciativa del Instituto de Berklee para Creative Entreperneurship, dio a conocer un informe el mes pasado que recomienda hacer contratos musicales y transacciones más transparentes; simplificando el flujo de dinero y mejorando el uso compartido de la tecnología para conectar con los fans.
Algunas de estas ideas con respecto a la apertura son radicales – «disruptiva» es la palabra que Silicon Valley usaría – pero es lo que se necesita. Tampoco se trata sólo de los sellos. Al abrir la caja negra, toda la industria de la música, todo ello, puede florecer. Hay una ola creciente de descontento, pero podemos trabajar juntos para hacer cambios fundamentales que serán buenos para todos.
Fuente: Byrne, D., «Open the Music Industry’s Black Box», NyTimes.com.
Esperemos que llegue el día en el que el artista pueda publicar su música directamente en las plataformas de streaming y los repartos sean más transparentes y fieles a la realidad.